Cuando las obras humanas sobreviven a su creador y permanecen aún después de su muerte, éstas se transforman en una proclama de su existencia.

Es el hombre quien anuncia su paso por el mundo plasmando su huella a través de acciones y vivencias cuyo valor radica en ser intensas y fugaces en el tiempo real, pero bellas y permanentes en el tiempo universal y además, con la propiedad de ser apreciadas por otros seres humanos que a su vez serán influidos por lo que ven, oyen y sienten, para difundirlo y convertirlo en lo que llamamos Historia.

Esto es el anuncio de vida de una ciudad singular, intensa y rica en personajes y vivencias: Pátzcuaro.

El presente escrito se basa en historias, reflexiones, recuerdos, conceptos y máximas propias o provenientes de pensadores, filósofos, amigos y gente común o de la tradición popular que he ido acumulando a lo largo de mi vida haciéndolos míos.

No siempre citaré las fuentes de donde las he tomado porque en gran parte no las recuerdo.

Muchos son conceptos personales, o que a fuerza de vivir con ellos, en eso se han transformado.

Sin embargo, vaya el reconocimiento a todos aquellos, anónimos o no, que de alguna manera influyeron en mí para realizar este sencillo, pero laborioso trabajo y un humilde homenaje a una de las culturas más grandes que ha dado México y que merece ser rescatada del olvido.

Arturo Pimentel Ramos
(1929 – 2002)